Por: Norberto Rossell – Miembro de la Fundación Comunidad Organizada
Un mal cálculo puede cambiar la historia
Un principio de la práctica política es no pelearse con todos a la vez. Es la primera decisión razonada o no, que deben tomar aquellos que son elegidos para ser gobierno, sea municipal, provincial o nacional.
En el ámbito nacional eso supone la disputa por la renta con los dueños reales del país. No hace falta hacer aquí un listado; los principales son conocidos por todos, están entre los 11 mil que hoy no quieren pagar el impuesto a la riqueza; 11 mil entre los 44 millones que somos.
Es un cálculo político que se efectúa a la luz de los primeros objetivos que todo gobierno se propone. En criollo, qué acuerdos y en qué momento se realizan con estos personajes.

Hay dos desviaciones típicas en estos juicios decisorios, por un lado, jugar a ser Maquiavelo, dicho esto en el sentido pueril -y equivocado- en el que se piensa al florentino identificándolo con el manejo de intrigas palaciegas, se trataría de caminar entre las contradicciones de los oponentes haciéndolos jugar unos contra otros; por otro, jugar a ser el mesías confiando en el poder evangelizador de las buenas intenciones.
Ambas constituyen un juego que podría calificarse como entelequia -cosa irreal según la Real Academia- ya que más allá de declaraciones en los medios de comunicación, nadie renuncia a sus intereses e idiosincrasia, máxime cuando el poder político se renueva cada cuatro años mientras que la riqueza monetaria acumulada está siempre guardada fuera del alcance de ese poder, gracias al endiosamiento de la propiedad y al sistema financiero.
En 2003 Néstor Kirchner decidió que el Grupo Clarín podía ser un aliado en los objetivos prioritarios de su gobierno y lo ayudó a crecer a cambio de sus influencias sobre el establishment y la opinión pública.
El acuerdo anduvo bien un tiempo hasta que dejó de andar, quedó para la posteridad la frase de Néstor: “Qué te pasa Clarín ¿estás nervioso?”. No hace falta -por conocida- la historia de cómo el Grupo Clarín se convirtió en el principal oponente del gobierno nacional y el principal gestor de la pandemia macriradical y mucho menos de la guerra mediática que sigue practicando.
Ningún gobierno está exento de bailar este minué. Hoy pareciera que este baile compuesto de reverencias, cargadas de simbología, que se desenvuelven en acuerdo con reglas que están prescritas, se desarrolla principalmente con el sistema judicial cuyo rol es garantizar que las variantes del mismo baile con los propietarios de la Argentina no se salgan de lo que ellos quieren.
Si esta es la decisión política de fondo, el pasado ya nos ha mostrado recurrentemente cual es el final.
Cuando el presidente comenta con Van der Koy de Clarín que algunos queremos una revolución y él no, alegando que confiaba en que el escriba respetaría el off de record –dice el presi y no le creo, mandó el mensaje a todos- está bailando el minué.
De esto se trata el cálculo político y siempre hay necesidad de hacerlo. Sin embargo, deberían tenerse en cuenta algunas cuestiones en esta complejidad, entre otras: no hay acuerdos de largo plazo, cuando los actores dan por cumplidos sus objetivos el acuerdo resulta abstracto e innecesario; cuando de intereses se trata no hay cuestiones ideológicas ni morales que puedan intervenir, aunque puedan ser compartidas en lo personal; no puede haber acuerdo sustentable si hay actores involucrados que no participan de la discusión, aun cuando el Estado diga representarlos; si las reglas del acuerdo son las que siempre han beneficiado al mismo actor, no hay posibilidad de obtener resultados distintos sin cambiar las reglas; entre otras que podrán mencionar los lectores.
En particular el minué con el sistema judicial, sin cambiar las reglas existentes es un ejercicio al menos lúdico, porque ese sistema ya tiene en su haber todos los privilegios a los que podría aspirar.