Por Daniel Rodríguez –
Desde hace algunos días pienso en el 27 de octubre y que en este 2020 tan difícil se cumplen 10 años de la desaparición física de Néstor. En este sentido sentí la necesidad de dar testimonio sobre mis orígenes y mi acercamiento a Néstor, que estoy seguro debe ser el testimonio de miles de compañeros y compañeras más.
Yo, como muchos, provengo de una familia peronista desde la cuna. Mi madre era ama de casa y mi padre trabajador de la industria del vidrio, orgulloso de su origen y luchador incansable en la búsqueda de su destino. Mi viejo desde los doce años se crió en la calle, en un conventillo de la Boca y a los tumbos. En esa búsqueda empezó a tallar su personalidad combativa, justiciera, inquieta. Al igual que muchos de su generación, se cruzó con Perón en el momento preciso. Fue ahí, con el sindicalismo incipiente, cuando todo comenzaba y empezaba a construirse. Acompañó todo ese proceso y lo vivió en primera persona, incluido ese 17 de octubre de 1945 cuando, como cientos de miles más, estuvo presente en la Plaza de Mayo.
A partir de ahí, se suceden una gran cantidad de hechos: su responsabilidad desde 1953 al frente de la Secretaría General del Gremio de Obreros del Vidrio, después vino el golpe de Estado, después la cárcel, después la oscuridad y la persecución por muchos años… el destino de muchos. En esa huida, con una mano atrás y otra adelante (como les pasaba a millones), terminamos con mi familia en Mar del Plata. Corría 1962, mi viejo estaba sin trabajo y sin la industria del vidrio (su oficio). Hizo lo que pudo y fue fletero en una humilde camioneta Ford 1938. Yo lo acompañaba en sus viajes. En resumidas cuentas, esa fue mi matriz, ese fue mi molde. Al igual que tantos más, tuvimos que atravesar esos años difíciles en una Argentina que había sido herida de muerte y con su líder político condenado al exilio. Pero también como parte de ese movimiento colectivo, mi viejo resistió junto a millones de personas hasta que lograron traer de vuelta al General.
En medio de esta impresionante situación, empezamos a tener protagonismo. Nosotros, los hijos y los nietos de aquellos primeros trabajadores que acompañaron a Perón. Pero no solo éramos esos “herederos”: otros jóvenes que venían de otra cuna se fueron sumando a la caravana impresionante de una generación comprometida políticamente. “Los del ‘70”, se los puede identificar: decididos, inteligentes, audaces, atrevidos, utópicos, soñadores. Fueron años de profundas discusiones, de diversos alineamientos, de grandes y fuertes debates.
Yo con el “Perón Vuelve”, con la extrema verticalidad, con mi impronta sindical, con mi profunda ortodoxia a cuestas empecé a transitar mi camino. Pasaron los ‘80, los ‘90 y llegó el nuevo milenio. El peronismo se debatió incansablemente en su búsqueda interna por ordenar su ideología y su destino, subió y bajó a niveles insospechados. Cambió constantemente de nombres y también de hombres. Como a miles de compañeras y compañeros, me tocó imaginar y decidir seguir militando, tratando de encontrar los mejores representantes en busca de un destino de Nación que respete nuestros principios doctrinarios. Busqué en varios, acompañé a algunos otros, hasta que entre desconcertado y abatido escuché a un compañero y amigo que me proponía una y cien veces ir a conocer a Néstor Kirchner.
Primero me resistí, quizás por mis preconceptos, resabios ideológicos de los ’70 y de esa fuerte grieta que marcó una generación en nuestro movimiento. No lo sé a ciencia cierta, pero sí sé que era más la pasión y la necesidad de reencontrar un peronismo fuerte, real y convencido, con nuevas generaciones decididas a luchar por una Argentina justa, libre y soberana.
Así fue como viajé a conocer a Néstor, cuando nadie en el país tenía idea aún quién era. Hablamos, soñamos y me entregué convencido de la reanudación de la marcha revolucionaria. Eso que me proponía era el peronismo posible y con plena actualización. Un peronismo para el hoy, el aquí, y el ahora. Tuve el convencimiento de que cada decisión que planteaba Néstor era la que Perón hubiera tomado en esa circunstancia. Me ofrecía volver al camino, retomar el rumbo, recuperar las utopías y los sueños, pero sobre todo volver a Perón y a Evita.
Cuando en esa primera reunión le mencioné las divisiones que habíamos tenido por nuestra militancia en aquellos tiempos de peronismo dividido, me dijo sin mayores vueltas que “eso ya prescribió”. Al poco tiempo me di cuenta de que estaba en lo cierto: casi sin darme cuenta y gracias a él, me vi rodeado de millones de jóvenes con la pasión y el compromiso que teníamos nosotros en los ‘70. ¿Qué más podría pedir?
Hoy, a 10 años de su partida, el legado que nos dejó es inmenso. A partir de su llegada a la presidencia se renovaron los sueños, las esperanzas y las ilusiones de millones de personas en nuestro país. Borges tenía razón, indudablemente: los peronistas somos incorregibles. Gracias a Dios que lo somos. Y gracias, también, a Néstor.